El techo de cristal es un término que se ha empleado desde los años ochenta y que designa la «barrera invisible que impide a las mujeres altamente cualificadas, alcanzar puestos de responsabilidad en las organizaciones en las que trabajan«, de acuerdo con un artículo de María Elena Camarena Adame y María Luisa Saavedra García.
Hay muchas barreras del techo de cristal que se presentan en el desarrollo profesional de las mujeres, basadas en estereotipos familiares y educativos, de acuerdo con un escrito de la Comisión para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (Conavim).
Como consecuencia de las estructuras sociales y la educación sexista y androcéntrica, las mujeres enfrentan muchos obstáculos internos, como inseguridad, culpabilidad, miedo y baja autoestima.
El prototipo del empleado ideal sigue siendo el varón en las estructuras jerárquicas de las organizaciones públicas y privadas, por eso también se relaciona al directivo con un varón y se considera que a la mujer le falta capacidad de mando y autoridad.
Además, muchas mujeres enfrentan el problema de decidir por su vida personal o profesional, pues en la cultura organizacional influye mucho que quien pretenda ascender laboralmente debe ceder completamente su vida personal.
Esto responde al prototipo masculino, basado en una sociedad que hace una división sexual del trabajo y la generación del dinero.
En muchos de los acuerdos para ocupar puestos directivos no siempre pesan los méritos o la elección, sino que tienen mucha influencia las redes que desarrollan los hombres en sus trabajos fuera del horario laboral.
La ruptura del techo de cristal corresponde a las empresas, que tienen la capacidad de hacerlo, pues pueden desarrollar e implementar medidas que promuevan la igualdad de género